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Mensaje  ιzzy нale Lun Sep 10, 2012 2:37 am




Alice Breckenridge
as: Alice Cathleen Breckenridge Winslow
● 17 años # Séptimo año # Miembro de la Casa Gryffindor # Pertenece al Club Slug » Sangre Pura
[ Está con Frank Longbottom ;; Expreso de Hogwarts, compartimiento
]

Es increíble hasta donde puede llegar la ingenuidad de mi padre al aferrarse a la absurda idea de que sus hijas algún día puedan convivir en santa paz. Por favor… ¿acaso no es evidente que entre esa chiquilla tonta y yo nunca podrá existir un lazo lo suficientemente fuerte como para unirnos? Que lleváramos la misma sangre no la hace mi hermana, si no todo lo contrario… por que yo jamás podré ver ni mucho menos considerar a Alexa como mi hermana; para eso preferiría morirme antes que considerarla mi hermana. Ni ella me soporta ni yo la soporto, un sentimiento que no dejaba ningún cabo suelto para quien fuera testigo de la pésima relación que mantenía con mi adorada hermanita. Desde el momento en que la conocí, no hizo otra cosa que arruinarme la vida con su maldita existencia y lo peor es que con los años parecía más decidida que nunca a arrebatarme el poco cariño que Jared sentía por nosotros. El que Max se haya dado por vencido no quiere decir que yo deba hacer lo mismo, al menos no todavía, es por él y por mí que me esforzaba. Siempre he creído que la esperanza es lo último que muere y, en este caso, probablemente, era una idiotez aferrarme una esperanza tan absurda, cuando era obvio que siempre los querría más a ellos que a nosotros. Odiaba a mi padre por haber pensado únicamente en su felicidad y no en la de nosotros, odiaba a mi padre por quererlos más a ellos, que a nosotros, odiaba a mi padre por habernos abandonado, odiaba a mi padre por hacer promesas al aire para luego romperlas sin ningún remordimiento, a fin de cuentas eran promesas que nunca fueron lo suficientemente importantes como para cumplirlas, odiaba a Irene por su estúpido sentimiento de autocompasión hacia nosotros, odiaba a Alexa y esa maldita manía de poner cara de mártir. Sé que era egoísta pensar de esa manera, pero a veces desearía que desaparecieran de no solo de mi vista, si no que desearía que nunca hubiesen nacido… de esa forma mi padre nunca nos hubiera abandonado y nuestro hogar seguiría intacto. Pero no… la realidad era muy diferente de la ficción y eso era lo que más me dolía… por que de no haber sido por esa mujer todo habría sido diferente… tendría lo que siempre he anhelado y que me arrebataron sin la más mínima consideración. Es por eso y mucha más que nunca podría ver a Alexa como a una hermana, para mí siempre sería un estorbo en mí vida y nada me haría cambiar mi opinión respecto a ella.

Lo único bueno de que los padres hubiesen sido citados para la reunión, fue el volver a ver a mi madre. Aquel sentimiento de alegría que me embargó al volver a verla era lo único bastante fuerte que me permitía dejar de lado todo ese rencor que no hacía más que dañarme por dentro. Necesitaba a mi madre tanto como a Max… y si de algo estaba segura es que si les llegara a pasar algo me moriría, por que ya no tendría a nadie a mi lado. Mi madre y mi hermano eran lo único que tenía en la vida y sin ellos no tendría las ganas ni las fuerzas para seguir adelante con mí vida. De alguna manera, siempre he sentido que somos un obstáculo para mi padre… sé que si mi hermano y yo no hubiéramos nacido, no habría ningún lazo que lo uniera a mi madre y probablemente su felicidad sería completa por que no tendría que ligar con nuestra existencia. Probablemente el único lazo lo suficientemente fuerte para unirlo a mi madre sería el de aquella vieja amistad que los unió cuando eran niños. El problema fue que esa amistad se transformó en un sentimiento más fuerte que lo único que hizo fue llenar de sufrimiento a mi madre.

Poco antes de que mi padre se marchara habíamos tenido una conversación en privado, una conversación que difícilmente podría olvidar por que ya me sabía de memoria sus palabras… solo era cuestión de intuir en qué momento me abordaría. “Ana, hija… sé que esto es muy difícil para ti, pero… te suplico que hagas un esfuerzo por llevarte bien con tu hermana…Mi hermana… para Jared era fácil decir, el solo hecho de pensar que en nuestras venas corre la misma sangre me repugna más que cualquier otra cosa en el mundo. Tanto… que deseaba que me drenaran cada litro de sangre que corría por mi cuerpo y me hicieran una transfusión completa para no tener que llevar la misma sangre que la estúpida de mi hermana. La partida de mi padre no me produjo ningún sentimiento… estaba tan acostumbrada a verlo partir que, podría decirse que era inmune a cualquier clase de sentimiento que pudiera existir. La única persona a la que verdaderamente echaría de menos sería a mi madre y es que el verla partir me llenaba de un sentimiento de vacio y desasosiego en mi interior que me era imposible evitar. Una vez que regresamos a la Universidad, mi hermano y yo nos despedimos para que pudiera encontrarme con el profesor Foster en el laboratorio de química. El día de hoy, al parecer debía atender un compromiso, por lo que no pude negarme cuando me pidió de favor si podía cuidar por unas horas a la pequeña Zoe. En lo personal, me sentía muy agradecida con el profesor Foster por confiarme la responsabilidad de cuidar a su hija; el día en que me entrevistó se portó tan amable conmigo que confieso que me sentía en deuda con él por no negarme la oportunidad de demostrarle que podía cargar con la responsabilidad de cuidar que implica cuidar a una bebé. Zoe era una pequeña tan dulce y adorable que… con su ternura era capaz de ablandar hasta el corazón de cualquier persona con el corazón frío, tal y como el Grinch. A pesar de que la pequeña Zoe y yo teníamos pocos días de conocernos constantemente me sacaba más de una sonrisa durante el día y es que por alguna extraña razón, Zoe parecía tener un talento natural para hacer sonreír a las personas. Acunaba a la pequeña Zoe entre mis brazos mientras tarareaba una suave y delicada canción de cuna con la esperanza de que cerrara sus ojitos y se durmiera luego de haber tomado su leche. En cuanto Zoe se quedó profundamente dormida, me levanté de la mecedora y la recosté con sumo cuidado en su cuna, arropándola con la cobijita para que no tuviera frío. Besé cariñosamente su frente al tiempo que acariciaba su cabecita y me dedicaba a observarla con la mayor tranquilidad. De pronto escuché como la puerta de la habitación se abría, lo cual me hizo volver el rostro y encontrarme con la agradable sorpresa de que el profesor Foster había vuelto antes de lo esperado. Lo recibí con una suave sonrisa en el rostro, para luego llevarme el dedo índice a los labios indicándole que no hiciera mucho ruido por la pequeña Zoe que se encontraba durmiendo. – Buenas tardes, Sr. Foster – lo saludé en voz baja mientras doblaba la ropa limpia de Zoe y la acomodaba en los cajones. – Zoe se acaba de quedar dormida – le anuncié de manera agradable sin subir mucho el tono de mi voz, por temor a que Zoe se despertara. – Tenía la esperanza de que cuando usted volviera pudiera encontrar a Zoe despierta – le comenté tranquilamente y aparté la mirada sintiéndome un poco desanimada por ese hecho. Desde mi punto de vista, el profesor Foster era un padre muy amoroso, lo sabía por la manera en que miraba a Zoe con un amor imposible de ocultar.
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