[ # ] Fantine Thénardier

Tristan tenía una filosofía; una creencia a la cual se aferró como si fuera el aire mismo desde que era pequeño, y la cual ahora sonaba en ecos por su mente mientras que atravesaba los pasillos llenos de estudiantes. En la vida, solo existe dos opciones: hundirte, o nadar.

¿Qué si porque les digo esto? Pues, porque esto mismo es lo que sentía el exjugador desde el momento en el que decidió que doce días ya era mucho para ser ‘cortés’. Que dos semanas de espera prácticamente estaban poniendo a prueba lo poco que tenia de paciencia, y que para que mentirlo, no le gustaba alargar lo inevitable. Aunque no siempre era así; resulta que regresar a Hogwarts quizás es mucho mejor de lo que se había imaginado. Puede que haya llegado con intensiones un tanto egocéntricas, pero por más que vaya en contra de las leyes del universo, Tristan descubrió que le agradaba enseñar. Le causaba una gran fascinación el observar a los chiquillos de primero; ver como en sus ojos se iluminaba una cierta llama de emoción al flotar en el aire por primera vez, o todo lo contrario, el miedo y la inseguridad que sentían sin siquiera haber tratado de subirse a la escoba; pero para eso estaba el, como maestro, para enseñarles a dejar el miedo atrás y simplemente dejar que la briza los lleve. Por supuesto, también fue un tanto más caótico de lo que pensó. Algunos se sentían demasiado confiados en su técnica, tanto como para descuidar un par de detalles y terminar en una cama de la enfermería, pero cada caída era una lección más (o eso aseguraba Tristan mientras los chicos se quejaban arduamente de su raspón en la rodilla). Era ajetreado, también; de joven, nunca había notado el número inmenso de alumnos que estudiaban bajo su mismo techo, pero después de horas detrás del escritorio cumpliendo con reportes, o revisando lo que él pensaba eran sencillos trabajos, sentía cada vez más y más el número de responsabilidades que tenía como profesor. No que se quejaba, por supuesto; no por algo alardeaba de su inteligencia, pues había creado un efectivo sistema para aprovechar al máximo su tiempo y tener así un par de horas de ‘recreación’, o para volar que era lo mismo. En ese par de horas, una parte de ellas eran tomadas por su nueva compañera en el cielo: Lily Potter. No podía negar que le agradaba la intrépida leoncita, y era casi inevitable no notar su talento sobre la escoba o lo rápida que era para aprender. De alguna manera, su compañía había logrado que Tristan se sintiera más tranquilizado con su estadía en Hogwarts, al punto de disfrutarla sin tener que tomar un par de tragos de vodka. No que la vida en Hogwarts sea mala, simplemente…su razón principal por estar ahí lo mantenía despierto por la noche y soñando por la mañana.

Mentir seria decir que no se había puesto a la tarea de tratar de sobresalir en conversaciones para ver si captaba tan siquiera una mirada de su antigua amiga. Al verla pasar por el rabillo del ojo, su voz se tornaba un poco más alta, su habla apresurada para ver si la podía alcanzar y por fin charlar con ella frente a frente – pero, nada. Absolutamente nada. Lo más cercano que había llegado era al cruzar dos mundanas palabras durante el desayuno del sábado: solo un gélido “con permiso” y Fantine se retiró del lugar con la excusa de tener que revisar trabajos (excusa la cual fue bastante notable que no se la daba a él, sino al profesor Stark que estaba a su lado). Sintió como si había caído en el agua fría del lago, hundiéndose de tal manera que hasta el momento, no conseguía recuperar la calidez en su cuerpo. Lo peor es que no era para más, y Tristan odiaba el hecho que no podía culparla, ni siquiera un poquito. Por más que tratara de excusar sus acciones (y vaya que encontraba maneras), nunca podía llegar a una conclusión en donde el no fuera el causante de la amarga ruptura de su amistad. Si, su padre en un intento de castigar a Tristan por su acciones dio información falsa a la única persona que siempre lo había aceptado – pero, ¿no había sido el quien se fue en cuanto pudo? Así, de la nada, sin avisarle a nadie por rencor hacia la vida. Sus motivos y acciones fueron egoístas, porque así era Tristan: un chico egoísta que vivía cómodo bajo el manto de sus padres hasta que se hartó de que su vida fuera dictada por ellas y decidió emprender camino sin mirar atrás, porque era egoísta y aunque le importaba el daño que causara, lo ignoro, pues hacia lo que quería hacer, y siempre se salía con la suya. De nada servía lamentarse ahora, lo pasado pasó; y como dije, solo quedaba ver si seguiría hundiéndose, o por fin lograría encontrar el valor de comenzar a nadar.

Toco un par de veces la puerta de madera obscurecida, volteando a sus lados un par de veces para asegurarse que ningún estudiante o profesor pensara en visitar ahora a la Profesora de Pociones. Sabía que por ser luna llena, seguramente debía de estar ahí; después de todo, ella elaboraba la poción anti-lobo para los pobres desafortunados que fueron maldecidos por tal enfermedad. Dudaba que lo hiciera en el aula de pociones, era demasiado público, y si algo había aprendido y recordaba de Fantine, es que a ella le gustaba la tranquilidad cuando se trataba de crear alguna poción. Lo cual, puede que hacia su acción un tanto arriesgada, pero era ya basta de sacarle la vuelta a lo que le comía por dentro.

¿Fantine? – dijo después de pensarlo un par de veces, ocultando detrás de su cuerpo un ramo de orquídeas que había conjurado poco antes de llegar; ; cual era mejor probabilidad, ¿el que le abriera sin saber quién es o el que no le abriera por saber quién es? Profesora, el Director me pidió que pasara a revisar si las ultimas pociones estarán listas antes de las cinco de la tarde…y como recuerda, afortunadamente, mi notable excelencia en tal arte, pensó apropiado que viniera a brindarle mi ayuda si es que la necesita... – mentira, mentira, mentira; pero bueno, el noble director Longbottom no tenía por qué enterarse. Además, no era en si completamente falso; en honor a su casa durante la adolescencia, había destacado en casi todas las materias debido a su talento por recordar detalles a la perfección y aprender pasos (o maniobras, después en su carrera) simplemente por observarlas una vez. Debes saber, también, que no me moveré de aquí hasta que abras esta puerta, así que a menos que tengas algún permiso especial para desaparecerte dentro de los terrenos, dudo que salgas de ahí sin verme la cara. – su tono era desafiante, incluso con un tanto de desfachatez, pero no agresivo en lo más mínimo. Cerró los ojos mientras inhalaba profundamente, tranquilizándose aunque él no le llamaría así. Recargo el lado de su cuerpo contra la puerta, cruzándose de brazos al momento que dejaba salir un leve suspiro. Vamos, Fantine… abre la puerta, por favor… – su voz era casi un susurro, probablemente no escuchado a menos que estuvieran cerca de él, mientras su mirada se plantaba en el fondo del pasillo – listo para casualmente petrificar a quien quiera que llegue a querer hablar con la profesora. Y claro, ignorando la voz que ardua y continuamente le recordaba que tal vez, esto era una muy mala idea.