[ # ] Phillip Grimaldi

 El Phillip que yo había conocido y Phillip Grimaldi, el chico universitario que asistía a la universidad de Rockland, eran diferentes y a su vez parecidos. Ambos eran agradables, generosos, y humildes: me hacía sentir bien estar a su lado y eso que solo habíamos coincidido unas pocas veces cuando él estuvo de vacaciones en Italia durante el verano antes de que yo viniera al Campamento. Pero aún así… no entendía por qué Phillip Grimaldi me ignoraba cuando pasaba al lado de él, ni por qué me hablaba y me trataba tan caballerosamente cuando estábamos solos. Y es que honestamente no tenía sentido que fuera dos personas diferentes: o se es o no se es, una de dos… uno no puede ser de una forma y de otra… tiene que existir un punto donde esa persona sea, definitivamente, genuino y sin máscaras, y con Phillip honestamente no sabía qué pensar.

Pero ya estaba cansada. Había pasado la última semana intentando pensar en eso, mirándolo desde lejos y observando como chicas (que parecían obviamente ser de una clase social mucho más alta que la mía) se acercaban a él para coquetearle. Aunque lo que me causaba gracia era ver en cierta forma la incomodidad de Phillip y el hecho de que en ningún momento fue brusco con ellas pese a que evidentemente esas chicas eran de lo más cargosas.

“Lo mejor es que dejes de pensar en él”, me dije a mí misma totalmente resignada. Sabía que debía dejar de pensar en Phillip, pero desde el día en que nos conocimos no había podido dejar de imaginar su rostro en mis sueños ni mucho menos había sido capaz de dejar de dibujarlo. Suspiré y me mordí el labio inferior bajando la mirada al cuaderno que tenía en el rasgo de mis piernas: evidentemente, el retrato casi perfecto del rostro de Phillip estaba casi terminado… tan solo le faltaban unos pocos detalles. Sonreí de costado y cerré el cuaderno mientras lo sujetaba con fuerza para que no se me cayera.  Me levanté del banquillo y comencé a caminar sin ningún rumbo en particular: todo el mundo estaba con sus amigos, disfrutando de los últimos días que quedaban de vacaciones. Aún no tenía demasiadas amistades en este lugar: tan solo conocía a mis primos, pero con eso para mí era suficiente para no sentirme sola. Aunque bueno… también conocía a Phillip, solo que él… era demasiado complicado. Phillip era demasiado complicado. Sobretodo, desde que supe que en realidad solo era una parte de quien había creído conocer durante el verano. “Qué ilusa” se burló mi mente mientras soltaba un suspiro.

Hice una pequeña mueca y accidentalmente choqué con alguien que se me cruzó por el camino. A causa de eso abrí mi mano e inmediatamente el cuaderno cayó al suelo. Contuve la respiración al ver que se había abierto por la mitad dejando ver el dibujo que había estado haciendo y me agaché rápidamente para intentar ocultar todo. – Lo siento mucho. – tartamudeé mientras rogaba por Dios que la persona no hubiera visto nada. Alcé suavemente la cabeza y evidentemente allí se Aún era capaz de sentir la calidez de su mano sobre la mía mientras cubría con la tela la pequeña lastimadura que me había hecho aquella noche. El agradable calor que recorría por mi cuerpo me provocaba estremecimiento y confusión ante lo desconocido. Él era un completo misterio a pesar de que todo el mundo sabía su nombre, su vida… pero en realidad ¿Quién era Phillip Grimaldi? La ansiedad se apoderaba de mí de tal forma que no era capaz de controlarlo y en consecuencia mis mejillas se tornaban de un color carmín. “Dios, espero que no haya visto nada, por favor.” Pensé casi desesperada. – Lo lamento, venía totalmente distraída. – volví a decir mientras hacía un gesto con la cabeza. No sabía cómo debía comportarme con él y eso me incomodaba mucho. – No te hice daño ¿cierto? – le pregunté con preocupación recordando que él también se había lastimado la otra vez. Lo que menos quería era causar problemas que fueran considerados como "atentado nacional" solo por tratarse de un príncipe. Sería lo último que me podría llegar a suceder. – Debo ser persona más torpe que haz conocido. – mascullé tratando de bromear pero al mismo tiempo con pena. Suspiré “Eres de lo peor, realmente, Sabrina.” Me regañó mi mente. encontraba él: Phillip. ¿Por qué entre tantas personas tuve que haberme cruzado con él?, pensé mordiéndome el labio inferior. -

Phillip Grimaldi

as: Su Alteza Serenísima, el Príncipe Louis Phillip Raphaël Alexandre Grimaldi  
20 años ● Omega Chi ● The Charming Boys ● Facultad de Medicina
● Primer año de Neurología ● Esgrima (Capitán) ● Natación
[ Está con: Sabrina Luzzatto ;; En el parque ]

“¿Qué me estaba sucediendo? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella ni un solo instante? ¿Cómo un encuentro accidentado pudo afectarme de esta forma? ¿Por qué cuando no la tengo cerca me invade la necesidad de buscarla? ¿Por qué suelo buscarla desesperadamente con la mirada cuando no la veo por ningún lado? ¿Qué es esto que siento cuando la tengo cerca y pienso en ella con frecuencia?” Recostado en la hierba, y con la mirada perdida en la claridad del cielo, no pude evitar formular silenciosamente las mismas preguntas que no paraban de rondar mis pensamientos desde hace varias semanas.

Desde que Sabrina y yo nos reencontramos me he sentido al borde de un precipicio, y con dos alternativas al alcance: saltar al vacio o retroceder. Saltar significaría encarar a Sabrina con la verdad de una vez por todas, revelarle los motivos que tuve para no hablarle con la verdad y decirle quien era desde el primer momento en el que nos conocimos, mientras que retroceder implicaría acobardarme por haberle mentido al pretender ser alguien que no soy: un turista común y corriente, y por tratarla de la forma en que he venido haciendo desde que la volví a ver desde hace un mes. Sabrina no se merecía esto… ella merecía saber la verdad, pero temo que la verdad pueda alejarla al igual que la fría indiferencia con la que la he tratado.
Me odiaba en sobremanera por fingir que Sabrina Luzzatto no significa nada para mi y que no es nadie importante, cuando en realidad… es todo lo contrario. Lo único en lo que podía pensar era en sus ojos y en la dulzura que estos expresaban con una sola mirada, en su cálida sonrisa, en el gentil sonido de su voz. Nunca antes nadie me había afectado de esta forma. Sabrina Luzzatto era la chica más noble y bondadosa que he conocido en toda mi vida. Nadie se comparaba con ella. Saber que estaba aquí… me llenaba de dicha, de una cálida alegría que se evidencia en la forma en que la miraba a la distancia, pero a la vez saber que estoy tan cerca de ella y que no puedo hablarle es peor que no volverla a ver.

A veces desearía no haberla conocido… pero otras veces me arrepiento de desear algo que nunca imaginé sentir. He salido con muchas chicas en estos años, me he encariñado con ellas, pero lo que estoy empezando a sentir por Sabrina es… completamente distinto… es algo nuevo y que antes había experimentado. A su lado, sentía que podía ser yo mismo sin la necesidad de aparentar ser la persona que mi padre espera que sea. ¿Me equivoqué al no confiarle la verdad? ¿De saber quien era yo… todo habría sido diferente? Seguramente, aunque no pueda asegurarme y convencerme del todo. “El hubiera no existe”. Entonces, ¿Qué caso tiene lamentarse? Jamás fue mi intención engañarla… la amistad de Sabrina es una de las cosas mas valiosas que he tenido en mi vida. Valoraba cada gesto, cada sonrisa, cada palabra suya. A pesar de que solo fueron unos días, nada me haría olvidar los momentos que pase a su lado. Tal vez… sea demasiado pronto para decir esto, pero no me arrepiento de haber hecho aquel viaje incógnito por que tuve la oportunidad de conocerla.

Silenciosamente, me estiré y masajeé la parte trasera de mi cuello, antes de levantarme, y empezar a descender por la pequeña colina. En estos momentos, no me apetecía estar en compañía de mis amigos, la única compañía que anhelaba era la de Sabrina, y nadie más. Tenía tantas ganas de buscarla y verla aunque fuese unos segundos antes de que mis amigos me abordaran para nos fuéramos a divertir a la playa, pero no podía… no debía hacerlo. Fue en ese corto instante de distracción que accidentalmente me golpeé de frente con alguien. El sonido de aquella voz hizo eco en mis oídos, trayéndome de vuelta a la realidad, con un extraño golpeteo en el corazón. Era ella… Sabrina. La miré un poco abrumado, sin saber que decirle, a pesar de que ansiaba cruzar por lo menos unas breves palabras con ella. Con solo oír su voz y observarla en silencio, sin decir nada que arruinada este momento, me conformaba.

Consciente de que no podía quedarme callado por mucho tiempo, moví suavemente la cabeza en un intento por reaccionar y hacer a un lado los recuerdos de la última vez que estuvimos juntos y a solas en el bosque. – No, perdóname tú a mi… fue mi culpa. Yo… debí prestar más atención. – ‘Bravo, Phillip, eso fue patético… ¿es lo mejor que se te pudo ocurrir? Te comportas como un idiota’ me recriminé en el interior, sin darme cuenta de que se le habían desprendido un par de hojas de lo que parecía ser un cuaderno. Antes de que se diera cuenta de que varios de ellos se habían desprendido, me adelanté para poder agacharme y recogerlos para asi no verme en la necesidad de decir algo. Al recoger hoja por hoja, me di cuenta de que algunos de ellos eran dibujos de paisajes y otros de personas en situaciones cotidianas, ante lo cual no pude evitar sonreír en el interior al descubrir esta nueva faceta de Sabrina. – Olvídalo, no pasa nada… no tienes por que disculparte, con una vez es suficiente. – repuse sin darme cuenta de que mis palabras habían sonado un poco cortantes. Por lo que al levantarme la miré con avergonzado por hablarle de esa forma. – Perdona, Brina… yo no quise… es solo que… – ¿Por qué me costaba tanto trabajo hablarle con la verdad? Si tan solo pudiera borrar lo mal que me he portado con ella, tendría el valor suficiente para mirarla a los ojos sin sentirme como un maldito miserable. – No digas eso… pienso que… eres la persona más buena e inteligente que he conocido. Hablo enserio. – le sonreí suavemente, pero con sinceridad. Al caer en la cuenta de que no le había devuelto algunos de sus dibujos, se los tendí amablemente. – No sabía que te gustaba dibujar… – comenté, con la esperanza de olvidar lo de hace unos momentos. No quería que por culpa de mi estupidez se ofendiera.