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Mensaje  ιzzy нale Lun Mayo 05, 2014 4:01 am

Oliver Cavanaugh
Oliver Thomas Cavanaugh.
27 años ;;; Economista y Empresario ;;; Nacido en Cardiff, Gales, Reino Unido
París, Francia. 11 de Enero, 4:00 P.M. Soleado.
✖ con: Évangéline Cavanaugh en: Habitación de hotel

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Suspiré profundamente mientras pasaba el último de los folios entre mis manos. Había analizado de arriba abajo el proyecto que Bonjour, una revista de moda francesa, había pasado a mi padre para convencerle de que apoyar su expansión por el mercado americano sería un gran negocio. Mi padre está ahora mismo inmerso de lleno en otros proyectos que requieren toda su atención, así que ha decidido encargarme a mí darle el visto bueno al proyecto. A simple vista está todo en orden y nuestro banco se vería ampliamente beneficiado, pero aún así no he podido evitar seguir revisando todos los papeles una y otra vez. Quiero que cuando el acuerdo le llegue a mi padre se lo encuentre todo perfecto y no tenga que encontrarse con ninguna sorpresa desagradable. No sería la primera vez que nos ofrecen un negocio aparentemente fantástico y que luego no resultase serlo tanto. De hecho, ya tuve que hacerle algunas correcciones al borrador que me habían enviado hacía unas semanas. No me importaba que mis exigencias pudiesen resultar el fin de las negociaciones antes incluso de haber empezado, pero iba a asegurarme de que pisábamos sobre seguro.

Aparté ligeramente la silla de la mesa y estiré los brazos, desperezándome, para después acariciar el puente de mi nariz con gesto cansado. Ni sabía cuánto horas llevaba pegado a esta silla tragándome clausulas y más clausulas, sentía todo el cuerpo engarrotado. Ni siquiera había caído en la cuenta hacía unas horas de que había llegado la hora de almorzar y no habría tomado nada de no ser porque Lynne se había tomado la molestia de subirme algo de comer a la habitación. Al acordarme de ella, me levanté de la silla y caminé unos pasos hasta llegar frente a la puerta de la sala de la habitación en la que se encontraba ella. Y allí me la encontré, tumbada en la cama y viendo la televisión, cuyo sonido apenas si se escuchaba puesto que estaba convencido de que no se atrevía a subir el volumen por si me molestaba. Siempre tan atenta. Sonreí sin poder evitarlo mientras negaba con la cabeza. Tampoco pude evitar una punzada de culpabilidad al verla allí. Lynne nunca dudaba a la hora de acompañarme en mis viajes, por muy lejos que sea el destino o por mucho que sepa que para ella significan pasar algunas horas aburrida mientras yo resuelvo los negocios que me hayan llevado a viajar. Ni siquiera lo ha dudado este año a la hora de acompañarme a North Haven por mi nuevo trabajo, aunque eso haya supuesto para ella alejarse de nuestros padres y cambiar de colegio, hecho que me consta que a esas edades es muy difícil. Todos los regalos del mundo se quedan cortos a la hora de agradecerle el esfuerzo que ha hecho sólo para que no me sienta solo, a pesar de lo mucho que insistí para convencerla de lo contrario. Pero no engaño a nadie, está claro que su mera presencia consigue alegrarme el día y que sin Lynne mis días serían mucho más grises.

Me acerqué a la cama y le sonreí cuando nuestras miradas se encontraron -Comment ça va, mademoiselle? - pregunté, exagerando a propósito el acento francés -Nunca entenderé por qué dicen que el francés es el idioma del amor, si parece que hablan constantemente con un zapato en la boca - también es posible que mi profesor de francés en el colegio me hiciese coger cierta tirria al idioma en cuestión, pero ese es otro tema. Miré con atención la televisión y después fruncí el ceño con diversión -Nada mejor que un documental sobre tiburones para pasar una tarde encerrada en una habitación de hotel, mientras en las calles de París brilla el sol, ¿verdad? - le pregunté con un tono entre irónico y divertido antes de sonreírle -Vamos, no voy a torturarte más, tengo que sacarte un rato de aquí antes de que mi sentimiento de culpa me devore desde dentro. Tú eres la de las ideas divertidas, te dejo que me secuestres como haces siempre. No opondré resistencia - le aseguré cerrando los ojos de forma solemne -Aunque puede que seguir viendo el documental sea una oferta más tentadora... - añadí, mirando de reojo de nuevo hacia la televisión antes de chasquear la lengua. Y después, miré a Lynne de nuevo con un brillo travieso en mis ojos -Porque si ese es el caso, yo puedo convertirme en tiburón - le dije antes de abalanzarme sobre ella para hacerle cosquillas -¡Yo también sé morder, mira! - añadí mordiendo por donde podía a lo largo de su brazo, pero muy suavemente y sin poder evitar soltar alguna que otra carcajada en el proceso.
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Mensaje  ιzzy нale Lun Mayo 05, 2014 10:46 pm

Évangéline Cavanaugh
Évangéline Lillian Cavanaugh
18 años Estudiante de Instituto Nacida en Cardiff, Gales, Reino Unido Soltera
✖ con: Oliver Cavanaugh en: Habitación del hotel
>> París, Francia. 11 de enero, 4:00 PM. Soleado

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Desvié la mirada del televisor por veinteava vez en lo que va de la tarde con la remota esperanza de que la perilla se girara unos cuantos grados. Pero al no percibir ningún movimiento proveniente de su habitación, un débil suspiro escapo de entre mis labios, sintiéndome ligeramente decepcionada al respecto, por lo cual terminé llevándome a la boca la fresa bañada de chocolate para saborearla. Por un momento pensé que la puerta se abriría, y lo vería recargado en el marco dedicándome una de sus reconfortantes sonrisas, pero al parecer todo fue producto de mi mente en su lapsus de inquietud. Fruncí los labios hasta que estos formaron una línea recta, sin dejar de observar la puerta de su habitación con una expresión bastante intranquila y un tanto ceñuda, tras un breve recuento mental de las horas que han transcurrido. Sé que a Oliver nunca le ha gustado dejar ningún cabo suelto tratándose de cuestiones empresariales, y es básicamente una costumbre – manía como cariñosamente me gusta llamarle – revisar clausula por clausula antes de enviarle una copia del contrato a papá por correo electrónico para que él mismo lo revise y así, tras su aprobación, dar por cerrado el negocio y proceder a la firma de los implicados en la negociación. Si, todo eso lo sé, los años han hecho que me acostumbre y aprenda ciertas cosas para no estar del todo desorientada en este tipo de asuntos, es solo que… aun después de todos estos años, no puedo evitar preocuparme por Oliver y por papá, tanto como mamá. Su salud esta primero y no hay pero que valga; sin embargo, el hecho que Oliver lleve… casi seis horas encerrado dentro de la habitación me pone ligeramente nerviosa… hasta el grado de morderme la uña del dedo pulgar. “Costumbres, viejas costumbres” como dice la canción.
       
Solté un hondo suspiro, antes de tumbarme entre las almohadas con los brazos extendidos en un gesto de evidente resignación, para acto seguido tantear por encima del edredón, alcanzar el control remoto y presionar el botón de “silencio” para reanudar el sonido del televisor, pero manteniéndolo al mínimo – lo suficiente – para no perturbarlo mientras trabaja en su habitación. No es ningún secreto que me encante consentir a mi hermano, y es normal que me mantenga siempre al pendiente de sus cosas, pero por sobre todo cuide de él en todo sentido de la palabra. Oliver es, y siempre será, una de las personas más importantes en mi vida. Hecho que nunca cambiara. Probablemente a muchos les resulte agotador y estresante viajar constantemente de un lado a otro, de ciudad en ciudad, pero lo cierto es que no me arrepiento de las decisiones que he tomado con la esperanza de que me permita acompañarlo en todos y cada uno de sus viajes, sean cortos o largos. Las veces que Oliver ha tenido que ausentarse por dos o hasta tres meses, me han dejado con un pequeño vacío en el interior al extrañarlo, como si… una parte de mí se fuera con Oliver haciéndome sentir incompleta. Nada me haría más feliz que nuestra familia pueda estar junta durante algún tiempo. Sin la presión de los negocios. Y así tener tiempo para nosotros. En momentos así rememoro las cálidas palabras de mamá al decir que la distancia no es ningún obstáculo, mientras los corazones de aquellos a los que amamos se mantengan unidos al nuestro.
   
Quité el tazón de fresas con chocolate de la cama, para ponerlo encima de la mesita de noche, y tener más espacio en la cama para poder estirarme con plena libertad, pero al cabo de unos segundos, termine por hacerme un pequeño ovillo al abrazarme a una de las almohadas que me rodeaban. Lentamente mis ojos empezaban a cerrarse producto de la comodidad y la relajación en que me fui sumiendo. No había mucho que ver en la programación de esta tarde, por lo que me puse a ver el canal de “Animal Planet”. Poco a poco la voz del narrador francés del documental acerca de los tiburones blancos fue perdiendo sentido para mí; estaba a punto de caer perdidamente en los brazos de Morfeo, pero al sentirme ligeramente observada – una sensación difícilmente de ignorar – mis párpados suavemente cerrados se entreabrieron para encontrarse al instante con la azulada mirada de Oliver, a quien de inmediato le sonreí cariñosamente desde mi posición en la cama, ya que ni cuenta me di cuando entro. Reí suavemente, enterrando la cara en mí almohada al oírlo exagerar su acento francés, fue un gesto bastante natural de mi parte para opacar mi risa, y también para que no pensara que me estaba burlando de su notoria exageración, aunque la verdad es que fue bastante gracioso, por no decir muy. Monsieur respondí amablemente a su saludo, tras desenterrar un poco el rostro, con un acento bien marcado y fluido, a pesar de ser inglesa. – Hum, eso es por que el truco reside en el movimiento de los labios, Monsieur Cavanaugh. Y no debe olvidar que… Le langage de l'amour est universel. le respondí pomposamente divertida con una de mis perfectas imitaciones del profesor Lemoine, hasta con ademanes y todo, haciendo pasar uno de mis mechones de sueltos como su pronunciado bigote al colocarlo justo arriba de mi labios. Entorné los ojos mirándole con divertida suspicacia, pero acabé negando suavemente para restarle importancia a su tono irónicamente entretenido tan común en él. En realidad, no me molestaba quedarme en el hotel el resto de la tarde de ser necesario. A pesar de que estoy, hasta cierto punto, bastante familiarizada con algunas de las calles y el centro de París… no me atrevía a dejarlo solo, y menos con tanto trabajo. Además… conozco a Oliver lo suficiente – tanto como la palma de mi mano – como para estar segura de que la idea de andar sola por las calles no le agradaría en lo mas mínimo. Por esa razón, solía secuestrarlo al final de sus reuniones de trabajo con la esperanza de que se distrajera y se olvidara de todo por un momento, dejando atrás aquel pesado ambiente de la oficina. Mis ojos destilaron vivaracha alegría ante la agradable idea de salir y respirar el dulce hedor de la ciudad luz al atardecer, pero también pensaba en Oliver, y en este momento, solo deseo que descanse un poco y recupere sus energías después de estar casi toda la mañana trabajando en el proyecto de Bonjour. Pero antes de que fuera capaz de decirle lo que estaba pensando, noté el brillo travieso que adornaba sus ojos, hasta el punto de adivinar sus intenciones y lo que vendría de un momento a otro, pero reaccione muy tarde y en menos de lo que hubiera aprovechado para saltar de la cama y huir despavorida de sus manos, lo tuve encima de mí haciéndome cosquillas. – ¡N-n-no…. Oliver! ¡Sabes que soy muy cosquilluda! ¡P-p-para! – apenas y podía articular las palabras debido a que me estaba destornillando de la risa en el colchón y mi pecho se contraía de tanto reír, por no decir que mis intentos por frenar sus manos eran casi nulos, y las gotitas de lágrimas, a causa de las cosquillas, no tardaron en aparecer. – ¡Ajá! ¿Con que a esas vamos, eh, Tiburcio? – Le lancé una mirada de recelosamente divertida al sentir sus suaves mordidas a lo largo de mi brazo, riendo sonoramente. – ¡Ahora veras, grandulón! ¡Esto te ganas por babearme! – con gracia me deshice de su suave agarre y esta vez fue mi turno de abalanzarme sobre él y quedar victoriosamente encima. Rápidamente alcancé una de las tantas almohadas y juguetonamente empecé a golpearlo con la almohada para dar inicio a una guerra de almohadas entre nosotros. – ¿Qué dices, grandulón? ¿Te rindes o piensas darme todavía pelea? – ágilmente – y sin dejar de sonar alegremente bromista –lo rodeé antes de que me atrapara y me abracé a su espalda, como si fuera un mono araña, y sin soltar mi arma mortal, le di un sonoro y cálido beso en la mejilla, inhalando y exhalando para tratar de recuperar el aliento y calmar los acelerados latidos de mi corazón.
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Mensaje  ιzzy нale Dom Mayo 18, 2014 12:23 am

Oliver Cavanaugh
Oliver Thomas Cavanaugh.
27 años ;;; Economista y Empresario ;;; Nacido en Cardiff, Gales, Reino Unido
París, Francia. 11 de Enero, 4:00 P.M. Soleado.
✖ con: Évangéline Cavanaugh en: Habitación de hotel

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-No te resistas, sabes que no puedes... - decía sin cesar en mis cosquillas, y a la vez sin poder evitar reírme a la vez que ella. Nunca dejaría de sorprenderme la capacidad de Lynne para conseguir que me olvidase de los agobios del trabajo, aunque fuese por un momento. Estos ratos con ella eran verdaderamente liberadores, y la verdad era que no sé qué haría sin ellos durante algunos de mis viajes más pesados. Por eso, aunque sabía que para ella era un sacrificio, al final no podía evitar ser un poco egoísta y alegrarme porque de verdad pusiese tanto empeño en acompañarme -¡Eh, pero cómo te atreves a escapar de las garras de Tiburcio! - exclamé, fingiendo indignación, cuando consiguió soltarse de mi agarre. Lynne se las arregló para colocarse encima de mí y observé sus movimientos hasta que alcanzó la almohada. Yo alcé un dedo, en señal de aviso -Oh, oh, oh. Ni se te ocurra usar esa almohada en mi contra, señori... - hubiese terminado la palabra con un ''ta'', pero el golpe de Lynne con la almohada acertó mi cara y al final terminé comiéndome su superficie acolchada. Sonreí con un brillo travieso en mis ojos cuando me preguntó si pensaba continuar la pelea -¿Rendirme? ¿Yo? Nunca escribirán cobarde junto al nombre de Oliver Cavanaugh - me incorporé para intentar alcanzarla, pero de nuevo ella fue más rápida y consiguió rodearme hasta engancharse en mi espalda -Mmm... un mono contra un tiburón. Tendré que darte un poco de ventaja para que la lucha parezca un poco justa - dije en tono burlón. Entonces noté su beso en mi mejilla y una sonrisa asomó automáticamente en mis labios.

-¿Eso era una ofrenda de paz? Porque Tiburcio no se deja convencer tan fácilmente - agarré con firmeza las piernas de Lynne con mis manos para evitar que se cayese y empecé a corretear por toda la habitación con ella aún a mis espaldas, saltando incluso por encima de la cama, con las risas de ambos resonando por toda la habitación. Me gustaría saber qué cara pondría más de uno si me viesen ahora mismo de esta guisa. Pero lo verdaderamente gracioso de todo esto es que es sólo con Lynne con quien me permito mostrarme de esta manera, también porque ella se lo ha ganado a pulso a lo largo de los años. Y pensar que cuando mi padre me habló por primera vez de la idea de tenerla en casa, cuando ella aún era un bebé, yo no quería casi ni oír hablar del tema... A veces, al recordar mi actitud de esos años, me da por pensar en qué hubiese pasado si finalmente Lynne no hubiese entrado en mi vida y siento vértigo. Todo hubiese sido muy distinto. Todo hubiese sido mucho más triste -¡Nos hundimos! ¡Tiburcio pierde el control! - grité cuando casi me llevo por delante la mesita de noche que había junto a la cama al golpear su pata con mi pie. No había dolido... mucho. Entonces golpeé con cuidado la pared con mi cabeza a propósito, pero fingiendo que en realidad me había golpeado sin darme cuenta y con más fuerza, y después de gritar como si hubiese sentido el peor dolor del mundo, me dejé caer en la cama completamente inmóvil y boca abajo. Escuchaba a Lynne llamándome por mi nombre, seguramente preocupada por mi ''aparente golpe''. Hasta que llegó un momento en el que no pude evitar mis carcajadas y empecé a reírme a gusto, justo antes de lanzarme sobre Lynne para inmovilizarla contra el colchón -Y con este sencillo gesto, Tiburcio se proclama vencedor. Vamos, no pongas esa cara, sabías que no tenías nada que hacer desde el principio - dije, pellizcando su nariz antes de quitarme de encima para sentarme en la cama -Bien, he decidido que tengo ya muy vista esta habitación - empecé a decir, señalando con mi mano las paredes que nos rodeaban -Y también que me muero de hambre. Creo que si no le pongo remedio, mi estómago empezará a devorarse a sí mismo - en esos momentos, mi estómago pareció ponerse de acuerdo con mis palabras, porque se quejó por el hambre haciendo ruidos extraños -¿Has visto? No exagero - dije, alzando las cejas mientras señalaba mi estómago -También he decidido que me apetece ir a la heladería con los helados que más engorden y arrasar en ella. Que esta barriga no engorda sola - añadí, palmeándome un par de veces el estómago. Ir a una heladería era una de las formas que había encontrado para disculparme con Lynne por matarla del aburrimiento en hoteles por mis negocios. La verdad era que, cuando era pequeño, no había sido muy dado a tomar helados, pero gracias a Lynne empezaron a gustarme cosas que antes no podía ni ver -¿Qué dices? ¿Me ayudarás a saquearla? - le pregunté, alzando un puño en el aire con energía.
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Mensaje  ιzzy нale Dom Mayo 18, 2014 4:31 am

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Desvié la mirada del televisor por veinteava vez en lo que va de la tarde con la remota esperanza de que la perilla se girara unos cuantos grados. Pero al no percibir ningún movimiento proveniente de su habitación, un débil suspiro escapo de entre mis labios, sintiéndome ligeramente decepcionada al respecto, por lo cual terminé llevándome a la boca la fresa bañada de chocolate para saborearla. Por un momento pensé que la puerta se abriría, y lo vería recargado en el marco dedicándome una de sus reconfortantes sonrisas, pero al parecer todo fue producto de mi mente en su lapsus de inquietud. Fruncí los labios hasta que estos formaron una línea recta, sin dejar de observar la puerta de su habitación con una expresión bastante intranquila y un tanto ceñuda, tras un breve recuento mental de las horas que han transcurrido. Sé que a Oliver nunca le ha gustado dejar ningún cabo suelto tratándose de cuestiones empresariales, y es básicamente una costumbre – manía como cariñosamente me gusta llamarle – revisar clausula por clausula antes de enviarle una copia del contrato a papá por correo electrónico para que él mismo lo revise y así, tras su aprobación, dar por cerrado el negocio y proceder a la firma de los implicados en la negociación. Si, todo eso lo sé, los años han hecho que me acostumbre y aprenda ciertas cosas para no estar del todo desorientada en este tipo de asuntos, es solo que… aun después de todos estos años, no puedo evitar preocuparme por Oliver y por papá, tanto como mamá. Su salud esta primero y no hay pero que valga; sin embargo, el hecho que Oliver lleve… casi seis horas encerrado dentro de la habitación me pone ligeramente nerviosa… hasta el grado de morderme la uña del dedo pulgar. “Costumbres, viejas costumbres” como dice la canción.
       
Solté un hondo suspiro, antes de tumbarme entre las almohadas con los brazos extendidos en un gesto de evidente resignación, para acto seguido tantear por encima del edredón, alcanzar el control remoto y presionar el botón de “silencio” para reanudar el sonido del televisor, pero manteniéndolo al mínimo – lo suficiente – para no perturbarlo mientras trabaja en su habitación. No es ningún secreto que me encante consentir a mi hermano, y es normal que me mantenga siempre al pendiente de sus cosas, pero por sobre todo cuide de él en todo sentido de la palabra. Oliver es, y siempre será, una de las personas más importantes en mi vida. Hecho que nunca cambiara. Probablemente a muchos les resulte agotador y estresante viajar constantemente de un lado a otro, de ciudad en ciudad, pero lo cierto es que no me arrepiento de las decisiones que he tomado con la esperanza de que me permita acompañarlo en todos y cada uno de sus viajes, sean cortos o largos. Las veces que Oliver ha tenido que ausentarse por dos o hasta tres meses, me han dejado con un pequeño vacío en el interior al extrañarlo, como si… una parte de mí se fuera con Oliver haciéndome sentir incompleta. Nada me haría más feliz que nuestra familia pueda estar junta durante algún tiempo. Sin la presión de los negocios. Y así tener tiempo para nosotros. En momentos así rememoro las cálidas palabras de mamá al decir que la distancia no es ningún obstáculo, mientras los corazones de aquellos a los que amamos se mantengan unidos al nuestro.
   
Quité el tazón de fresas con chocolate de la cama, para ponerlo encima de la mesita de noche, y tener más espacio en la cama para poder estirarme con plena libertad, pero al cabo de unos segundos, termine por hacerme un pequeño ovillo al abrazarme a una de las almohadas que me rodeaban. Lentamente mis ojos empezaban a cerrarse producto de la comodidad y la relajación en que me fui sumiendo. No había mucho que ver en la programación de esta tarde, por lo que me puse a ver el canal de “Animal Planet”. Poco a poco la voz del narrador francés del documental acerca de los tiburones blancos fue perdiendo sentido para mí; estaba a punto de caer perdidamente en los brazos de Morfeo, pero al sentirme ligeramente observada – una sensación difícilmente de ignorar – mis párpados suavemente cerrados se entreabrieron para encontrarse al instante con la azulada mirada de Oliver, a quien de inmediato le sonreí cariñosamente desde mi posición en la cama, ya que ni cuenta me di cuando entro. Reí suavemente, enterrando la cara en mí almohada al oírlo exagerar su acento francés, fue un gesto bastante natural de mi parte para opacar mi risa, y también para que no pensara que me estaba burlando de su notoria exageración, aunque la verdad es que fue bastante gracioso, por no decir muy. Monsieur respondí amablemente a su saludo, tras desenterrar un poco el rostro, con un acento bien marcado y fluido, a pesar de ser inglesa. – Hum, eso es por que el truco reside en el movimiento de los labios, Monsieur Cavanaugh. Y no debe olvidar que… Le langage de l'amour est universel. le respondí pomposamente divertida con una de mis perfectas imitaciones del profesor Lemoine, hasta con ademanes y todo, haciendo pasar uno de mis mechones de sueltos como su pronunciado bigote al colocarlo justo arriba de mi labios. Entorné los ojos mirándole con divertida suspicacia, pero acabé negando suavemente para restarle importancia a su tono irónicamente entretenido tan común en él. En realidad, no me molestaba quedarme en el hotel el resto de la tarde de ser necesario. A pesar de que estoy, hasta cierto punto, bastante familiarizada con algunas de las calles y el centro de París… no me atrevía a dejarlo solo, y menos con tanto trabajo. Además… conozco a Oliver lo suficiente – tanto como la palma de mi mano – como para estar segura de que la idea de andar sola por las calles no le agradaría en lo mas mínimo. Por esa razón, solía secuestrarlo al final de sus reuniones de trabajo con la esperanza de que se distrajera y se olvidara de todo por un momento, dejando atrás aquel pesado ambiente de la oficina. Mis ojos destilaron vivaracha alegría ante la agradable idea de salir y respirar el dulce hedor de la ciudad luz al atardecer, pero también pensaba en Oliver, y en este momento, solo deseo que descanse un poco y recupere sus energías después de estar casi toda la mañana trabajando en el proyecto de Bonjour. Pero antes de que fuera capaz de decirle lo que estaba pensando, noté el brillo travieso que adornaba sus ojos, hasta el punto de adivinar sus intenciones y lo que vendría de un momento a otro, pero reaccione muy tarde y en menos de lo que hubiera aprovechado para saltar de la cama y huir despavorida de sus manos, lo tuve encima de mí haciéndome cosquillas. – ¡N-n-no…. Oliver! ¡Sabes que soy muy cosquilluda! ¡P-p-para! – apenas y podía articular las palabras debido a que me estaba destornillando de la risa en el colchón y mi pecho se contraía de tanto reír, por no decir que mis intentos por frenar sus manos eran casi nulos, y las gotitas de lágrimas, a causa de las cosquillas, no tardaron en aparecer. – ¡Ajá! ¿Con que a esas vamos, eh, Tiburcio? – Le lancé una mirada de recelosamente divertida al sentir sus suaves mordidas a lo largo de mi brazo, riendo sonoramente. – ¡Ahora veras, grandulón! ¡Esto te ganas por babearme! – con gracia me deshice de su suave agarre y esta vez fue mi turno de abalanzarme sobre él y quedar victoriosamente encima. Rápidamente alcancé una de las tantas almohadas y juguetonamente empecé a golpearlo con la almohada para dar inicio a una guerra de almohadas entre nosotros. – ¿Qué dices, grandulón? ¿Te rindes o piensas darme todavía pelea? – ágilmente – y sin dejar de sonar alegremente bromista –lo rodeé antes de que me atrapara y me abracé a su espalda, como si fuera un mono araña, y sin soltar mi arma mortal, le di un sonoro y cálido beso en la mejilla, inhalando y exhalando para tratar de recuperar el aliento y calmar los acelerados latidos de mi corazón.
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Mensaje  ιzzy нale Sáb Mayo 24, 2014 12:17 am

Évangéline Cavanaugh
Évangéline Lillian Cavanaugh
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Mis ojos se abrieron de par en par, y como si mi vida dependiera de ello, me sostuve fuertemente de sus hombros, y después abrasé su cuello para afianzarme mejor y no irme de espaldas, mientras nuestras risas chifladas inundaban toda la habitación. ¿Cuándo fue la última vez que hicimos algo así? No lo sé… pero a veces me cuesta creer que hemos dejado atrás la tierra de “nunca jamás” para crecer y asumir grandes responsabilidades. Desde que tengo memoria, Oliver ha cumplido todos y cada uno de mis caprichos sin chistar, por que… si, honestamente no podría llamarle de otra forma al hecho de tomarlo de la mano y arrastrarlo conmigo – lejos del cómodo silencio de la biblioteca y de su habitación – al jardín para que jugáramos a los piratas y a la búsqueda del tesoro, a las escondidas, a los caballeros y dragones, o a la gallinita ciega. Y sin mencionar aquella vez en que le supliqué con ojos de gato con botas que para Halloween nos disfrazáramos de Wendy y Peter Pan. Recuerdo que Oliver se negaba rotundamente a utilizar los mayones verdes, alegando que no saldría vestido como uno más del elenco del lago de los cisnes, pero tras un intenso duelo de miradas y pucheros, él finalmente aceptó. – ¡Oye! ¡Eso no se vale, Tiburcio! – le decía con la toda la intención de objetar por haber rechazado mi ofrenda de paz, y de esa forma alzarme con la victoria sin llegar a medidas extremas, pero si algo sé es que Oliver, nunca, jamás se da por vencido y es capaz de luchar él solo contra viento y marea. Pero mis reclamos eran ahogados por las risas y cada vez que Oliver hacia gala de su destreza y habilidad para saltar como conejo en una pista de obstáculos. – ¡Oliver, cuidado! ¡Mesa al frente, mesa al frente! POR EL AMOR DE DIOS Y A NUESTRA SEÑORA DE PARÍS… ¡FRENAAAA, TIBURCIO! – le advertía al oído. ¡UFF! Un profundo y sonoro suspiro de alivio escapo de entre mis labios cuando Oliver libró – por muy poco – la mesita de noche. Sin embargo, el que la haya librado, no me impidió escuchar un golpe en seco contra el mueble en cuestión, sonido que alertó y me hizo lanzarle una mirada de preocupación. ¿Se habría lastimado? Lo miré inquieta y preocupada por saber si se había lastimado. Pero entonces… su cabeza se golpeó duramente contra la pared, y fue un golpe que hasta a mi me dolió a pesar de no haber sido yo la que lo recibió, seguido, Oliver pegó tremendo gritó que me sobresaltó y me preocupó hasta sobrepasar los limites, cuando sin mas… se desvaneció frente a mis ojos. – ¡AAAAAAAAAAHHHHH! ¡MAYDAY! ¡MAYDAY! ¡TIBURCIO, REACCIONAAA! ¡POR FAVOR NO ME HAGAS ESTO, NO ME ABANDONES! ¡NO ABANDONES LA NAVE! – hacia espavientos exagerados con las manos, y de inmediato lleve mis manos hasta su cabeza, enredando mis dedos en su cabello, intentando sobarle el golpe que se dio en la pared y sanárselo cariñosamente con un beso, de la misma manera que él, mamá y papá sanaron mis raspones en las rodillas y en los codos. – Oliver… ¡OLIVER, YA! …no juegues… por favor… estas bromeando, ¿verdad? – Lo llamé por su nombre con la voz cargada de preocupación y lo moví suavemente en repetidas ocasiones con la esperanza de que abriera sus ojos y soltara la carcajada en cualquier momento. No miento… fueron los segundos más apremiantes que he vivido hasta ahora. Oliver no era muy afecto a ese tipo de bromas y realmente estaba empezando a angustiarme que no abriera sus ojos a causa del golpe.

Faltó un segundo para que brincara de la cama y fuera corriendo al baño por una compresa fría y el botiquín de primeros auxilios, pero inesperadamente las carcajadas del idiota… si, idiota de Oliver resonaron una vez más por toda la habitación y en menos de lo que me hubiera imaginado, Oliver se me lanzó prácticamente encima y me inmovilizó contra el colchón, y un pequeño tic se hizo presente en mi ojo izquierdo al tratar de contener el alivio que me produjo ver que estaba bien y el coraje por haberme hecho sufrir de esa manera al jugar con algo tan serio como… ¡su vida! Lo oí decir que con este simple gesto se proclamaba vencedor, pero en mi cara no solo se veía dibujada la derrota, el bochorno de verme en esta situación, si no que por primera vez me sentía… inmensamente molesta, y estoy claramente segura de mis mejillas coloreadas de rojo intenso lo demostraban sin la necesidad de valerme de las palabras. Lo sentí pellizcarme la nariz y aunque estaba acostumbrada a ese tierno gesto de su parte, esta vez… no fue suficiente para hacerme olvidar el momento que pasé hace unos segundos al pensar que enserio se había lastimado. Una vez que Oliver me liberó de su agarre, tomé la primera almohada que vi y… ¡PLAF! Hice caso omiso de sus palabras y a la orquesta sinfónica que su estomago traía en ese momento. ¡No, esta vez… no me voy a ablandar! – ¡Eres… un… BRUTO… Oliver! – con cada palabra, asestaba tremendo almohadazo en su espalda. Mis ojos se escocieron ante el recuerdo de lo sucedido… – ¡Me diste un susto de muerte! – otro almohadazo para tratar de borrar el sentimiento de angustia que me abrumo. – Por un momento, pensé que tú… que tú… – ¡NO! ¡Descarta ahora mismo esa idea de tu mente, Évangéline! Inevitablemente una lágrima traicionera escapó de mi control, pero basto un rápido movimiento de mi mano para borrarla de mi mejilla, acción que me hizo rehuir de su mirada por vergüenza, pero mas que nada por coraje. – Oh, pues… si… es eso… ¿Por qué no mejor llamas y le extiendes una cordial invitación a mademoiselle Aimée? Seguramente estará encantada de acompañarte el resto de la tarde. Por mi, ni te preocupes… enserio, que de aquí no me moveré, puedes estar tranquilo. – Mademoiselle Aimée era la editora en jefe de la revista Bonjour. Sin duda alguna, era una mujer muy, pero muy hermosa, además de exitosa y emprendedora. Evidentemente, mademoiselle Aimée estaba fuertemente interesada en Oliver y no se molestaba en ocultarlo. – Oh, y si quieres un consejo hermanable, después podrías llevarla “Thoumieux”. Apuesto que le encantará y la sorprenderás. Además, el chef Jean-François estará feliz de verte. –[/color][/b] Tras decir esto último, me levanté de la cama para encaminarme hasta la puerta, y sin dedicarle una mirada – mis razones tengo para no hacerlo, y tras unos instantes de vacilación en los que me vi tentada a mirarlo a los ojos – hice acopio de mis fuerzas, abrí la puerta de un tirón y me marché en silencio dejándolo solo. Tonto, tonto, tonto y mil veces… ¡TONTO! Repetía una y otra vez dentro de mis pensamientos con los ojos llorosos.
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