[ # ] Kelley Townsend

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Había pasado ya un mes desde que Alexandra había sido encontrada muerta. Todavía no podía creérmelo, me parecía una situación realmente fuera de lo normal que una pobre chica apareciera muerta en la parte trasera de su propia casa, y lo que me preguntaba constantemente era quién y por qué había hecho lo que hizo… ¿qué problema esa persona pudo haber tenido con Alexandra, siendo tan grave, como para decidir matarla? No me entraba en la cabeza que una persona pudiera ser tan… enferma. Alex siempre había sido para mí esa chica inalcanzable: hermosa, divertida, con una gran vida. Vale, éramos muy diferentes porque claramente habíamos sido como dos polos opuestos, pero no sentirme atraído por ella era absurdo ¿quién no lo ha hecho?

En fin. Solté un profundo suspiro y miré la hora: eran las 6.30 de la tarde y recordé que dentro de poco Kelley saldría del refugio, por lo que era tiempo de ir a recogerla. Siempre había pensado que Kelley tenía una sonrisa preciosa y me frustraba cuando ella estaba triste por alguna razón, por lo que me esforzaba en hacerla reír y en que se distraiga. Se suponía que para eso estaban los amigos ¿no? Es decir, Kelley era sin duda mi mejor amiga: la persona en quien más confiaba y a la que sabía que podía decirle cualquier estupidez; la conocía básicamente de toda la vida: nos habíamos criado juntos, habíamos ido al mismo instituto y soportado todas las cosas que nos habían venido encima… éramos un dúo inseparable, y no había persona que me conociera más que ella (que la tía Eileen me perdone).

Me daba risa cuando la gente al vernos pensaba que éramos novios: mi tía ya me lo había insinuado una vez cuando estuvimos a solas después de que acompañé a Kelley a su casa una noche cuando la invitamos a cenar, y lo único que pude hacer al respecto fue soltar una carcajada del tipo “¿me estás diciendo en serio?”; sinceramente yo no podía pensar respecto a Kelley como algo más que mi mejor amiga, y aunque le admitía a mi tía que la encontraba guapa no sentía… o al menos, no creía sentir, algo profundo hacia ella más que una sincera amistad. Aunque últimamente las acusaciones de mi tía me estaban dejando mucho que pensar por las noches, pero sinceramente prefería evitarlas.

Salí de casa cubriéndome con el paragua y caminé un par de cuadras en dirección hacia el refugio. Era una tarde lluviosa, atípica. No era fanático de este clima, pero me gustaba más que el calor excesivo del verano. Me encogí de hombros y suspiré profundamente. Me apresuré las últimas dos cuadras caminando rápidamente y pisando algunos cuantos charcos, hasta que vislumbré la puerta del local y llegué para luego jalar la manecilla jalándola hacia dentro. La campanilla resonó en el lugar y busqué con la mirada la cabellera pelirroja. La vi de espalda sosteniendo algo en su mano y llevándose la otra a su rostro: incluso de espalda podía darme cuenta de cuándo estaba llorando y aquello no me gustaba en lo más mínimo. Hice una mueca, pero luego sonreí automáticamente cuando ella se volteo, aunque seguía sin gustarme su expresión: odiaba verla triste, y me hacía sospechar que era en relación al tema de su madre. En realidad yo era la persona menos indicada para hablar del tema: mis padres me habían abandonado en casa de mis tíos cuando tenía siete años y nunca más volví a saber de ellos, está bien que considerara a mis tíos como mis padres, pero al final del día seguían siendo mis tíos… aunque en cierto sentido, creo que sabía cómo era que ella se sentía. Es decir ¿Por qué alguien se aleja de sus hijos sin dar ninguna explicación al respecto? Era absurdo y sin sentido.

Hice una débil mueca cuando me llamó por mi nombre completo, regañándome. Creo que era la única persona del mundo capaz de llamarme por mi nombre completo y aún así hacer que no se escuche tan mal. – Lo siento… puede que posiblemente haya pisado un par de charcos mientras venía de camino – dije risueñamente mientras le dedicaba una sonrisa encantadora. Me saqué las zapatillas para que dejara de quejarse tanto y caminé hacia el interior de la tienda a pata. – Oh, no es ninguna obligación, Campanita… dije llamándola cariñosamente de esa forma que solía hacerlo desde siempre. - sabes que me encanta venir a recogerte… además puedo aprovechar a saludar a Pongo… - dije refiriéndome al dálmata que habíamos encontrado hacía unas semanas en la calle y al que habíamos traído al refugio mientras le encontrábamos una familia. Era una pena que tío Richard fuese alérgico porque si no me lo llevaba a casa.- y además, así puedo verte… - admití también sonriéndole genuinamente mientras me acercaba al mostrador y apoyaba mis brazos sobre la mesada. Ella se marchó a la parte trasera y regresó con un par de toallas, me hizo un gesto con las manos para que me sentara y poniendo los ojos en blanco obedecí mientras sonreía con diversión. – Bueno, si me lo pones así entonces me dan más ganas de enfermarme a propósito – bromeé sacándole la lengua: no era secreto que me fascinaban los malvaviscos y las tazas de chocolates. Me puso la toalla sobre la cabeza y luego se sentó a mi lado mientras me sacudía el pelo con la toalla, luego me quité la toalla y terminé de secarme moviendo la cabeza varias veces empapándola mientras soltaba una carcajada. – Creo que así no te sentirás tan culpable ¿cierto? – le pregunté sonriéndole animadamente mientras le daba un sonoro beso en la mejilla. Sabía que si le preguntaba cómo estaba iba a mentirme y decirme que estaba bien, pero en sus ojos aún había un brillo que delataba que una o más lágrimas habían escapado por sus párpados. – Uhm… estaba pensando que podríamos organizar algo para esta noche… no sé ¿cocinar pizza? Mis tíos no están en casa así que podemos hacer todo el desorden que querramos sin que a tía Eileen le dé un ataque de caspa… y no sé ¿quizás ver alguna película? – sugerí mientras me quedaba pensativo. – Oh, ellos se fueron a Carson City, a visitar a la madre de tía Eileen que llamó diciendo que está enferma… así que seguramente regresarán hasta el lunes – le conté mientras soltaba un profundo suspiro y estiraba mis pies que seguían tan solo cubiertos por las medias, dado que mis zapatillas seguían en la puerta de entrada.