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Mensaje  ιzzy нale Mar Nov 12, 2013 5:35 am


Élaine Lefebvre
as: Élaine Lucrèce Lefebvre Gray
24 años Ex Miembro de la Casa de Ravenclaw
Profesora de Pociones en Hogwarts Nightcrawlers Sangre Pura
[ Está con: Cedric Wildsmith ;; En el Callejón Knockturn]

– ¿Y bien, Iago? Espero que tengas una excelente razón para hacerme venir de tan lejos. – Fijé aceradamente la mirada en el hombre que tenía justo enfrente de mí, en cuyo rostro se reflejaba su propio temor y nerviosismo. A mí alrededor reinaba un estilo sobrio, poco iluminado, con hedor a alcohol, pero impregnado de júbilo. Un ambiente bastante común en las tabernas. El lugar era un nido de mala muerte, repleto bandidos de la peor clase. Una pocilga. – Si no mal recuerdo teníamos un trato. Así que si quieres que mantenga los términos tal y como lo estipulamos… espero por tu propio bien, que no me hagas perder el tiempo con tonterías. – Aun cuando mi voz denotaba cierto aburrimiento al hablar, esta no dejaba de sonar amenazante, pero serena, como si nuestro encuentro fuera simple rutina, nada importante. Odiaba que me hicieran perder el tiempo, y si aquel ladrón de pacotilla realmente apreciaba su miserable vida… más le valía cumplir con su parte. – Le aseguro por mi vida, señorita Lefebvre, que su viaje no fue en vano. Créame que no me atrevería a molestarla con banalidades. Por muchos años he estado al servicio de su familia, por favor, le pido que no desconfíe de mí. Usted más que nadie sabe lo mucho que respetaba a su señor padre, que en paz descanse. A quien serví fielmente hasta el día en que, lamentablemente, nos dejó para pasar a una mejor vida. Mi lealtad siempre estará con usted y con su señora madre. Soy un hombre de palabra, señorita Lefebvre, y para demostrarle lo eficiente que puedo ser, le tengo excelentes noticias. Las mejores. – Sus palabras llenas de adulación hicieron que amagara una muy sutil sonrisa burlona.

– Tan halagador como siempre, querido Iago. – correspondí a su adulación con falsa condescendencia. Gracias a la poca luz que emanaba de las velas encargadas de iluminar y brindar por lo menos un poco de nitidez al lugar pude observar detenidamente aquel rostro feúcho y surcado de arrugas. El sonrió ni mas ni menos. – Estoy consciente de los riesgos que corres. Si el Ministerio te llegara a interceptar… pasarías el resto de tus días en una celda. Pero así como yo estoy consciente de esto, espero que tú también estés… consciente de lo que te pasara si me fallas. – advertí con una mirada, haciendo a un lado la falsa condescendencia para hablarle claramente. Iago era un idiota, un idiota que servía por el momento. Su sonrisa desapareció, y al instante saco un pañuelo sucio del interior de su túnica para limpiarse nerviosamente el sudor de su frente. – ¿Tuviste problemas? – demandé una respuesta en base al encargo que le hice. –  Ninguno, señorita, en lo absoluto. – respondió él  nerviosamente, sacando del interior de su túnica una bolsita de color vino. Por el sonido de los cristales chocando unos con otros al poner la bolsita encima de la mesa, supuse que en el interior estaban los frascos con el veneno de acromántula y las hojas de tentácula venenosa. Mis labios nuevamente de la manera más sutil. – Buen trabajo, Iago. – examiné el contenido asegurándome que verdaderamente fuera el veneno de acromántula y no una falsificación, al igual que las hojas de tentácula. El veneno de acromántula era valioso, pero muy difícil de conseguir por lo mismo de que no muchos corren con la fortuna de vivir al ir en su búsqueda. Solo los contrabandistas y saqueadores de tumbas, como Iago, eran capaces de traficar con venenos en el mercado negro. – Espero que esto baste para cubrir y compensar la eficacia de tus servicios – repuse lanzándole una pesada bolsa con una fuerte suma de oro en el interior, la cual no dudo ni por un instante en atrapar para maravillarse con ojos codiciosos. – No tengo palabras para agradecer su valiosa generosidad, señorita Lefebvre. Esto es mucho más de lo que puedo pedir. – El hombre inclinó la cabeza agradecido y sonrió abiertamente, dejando a la vista unos dientes amarillentos. – Cualquier cosa que necesite, no dude en pedírmelo, sabe que estoy a su entera disposición. Oh, y por favor, hágale llegar mis saludos a su señora madre y a su hermana, la señorita Emma. – dijo levantándose torpemente al tiempo que yo hacia lo mismo con la clara intención de marcharme. – Así lo haré. Fue un placer hacer negocios contigo, Iago. – Le miré despectivamente. Y tras una breve pero educada inclinación, me dispuse a abandonar la taberna llamada “las ánimas”.


No tenía intenciones de regresar a Londres hasta finales del verano. Una semana ha pasado desde que el curso escolar finalizó, y lo único que en realidad lamento es no poder llevar a Emma de viaje conmigo. Nada me ataba a aquí, ni siquiera por consideración a mi madre hacia un cambio de planes. Nuestro padre había fallecido… y sin él, no había motivos para jugar a la familia feliz. Emma, mi hermana, era mi razón para volver y soportar la convivencia con nuestra madre. Por ella… estaba dispuesta a sacrificarme a una vida de sometimiento y de eterna desdicha. Gracias a mi madre, soy la mujer de hoy en día. Fuerte, temperamental, decidida, fría, sin ninguna contemplación. Mi corazón estaba lleno de amargura, de tristeza, de resentimiento, de miseria. Todos los sueños, las ilusiones que alguna vez alimentaron mi corazón fueron quedando en el olvido, se marchitaron. Perder a la persona que amas, te cambia para siempre. La muerte de Daniel dejó un vacío irremplazable en mi corazón, un agujero que nada ni nadie podrá volver a llenar. Daniel fue… la más grande ilusión que tuve en la vida, mi gran amor, y sin él… nada tenía sentido. Vivir sin él, es como vivir en un mundo carente de luz y color, sin ninguna ilusión que te haga volver a creer en lo que alguna vez creíste. Desde que Daniel murió… nada ha vuelto a ser como antes.

Cedric se marcho para nunca volver. Evidentemente yo nunca le importe. Fui una estúpida al suplicarle en las cartas que diariamente le escribía, me hizo darme cuenta de que, en realidad, nunca valoró nuestra amistad ni nuestra hermandad. Cedric… fue como mi hermano, por él habría sido capaz de ir hasta los confines del mundo con tal de traerlo de vuelta, hubiera arriesgado mi vida por él. Recordar todos esos ruegos y suplicas implícitas en mis cartas, el hecho de que el dolor y la tristeza me hicieran derramar miles de lágrimas, el llorar día y noche incansablemente hasta quedarme dormida y todo por no tener noticias suyas… solo me hace ver como una completa tonta por lo ingenua que fui. Jamás le importe ni como amiga… ni como hermana.

Al salir de Borgin y Burkes, tuve la extraña sensación de ser observada. ¿Por quien? No sabría responder a esa preguntar ni aunque lo deseara. Pero con cada paso que daba la sensación se volvía cada vez más persistente. No era la primera vez que un sinvergüenza trataba de pasarse de listo… y me atrevo a decir que a esos pobres infelices no les fue muy bien. No era una mujer que se andaba con rodeos… y si algo aprendí de mi madre fue a no tener misericordia por aquellos no se lo merecen. No hubo necesidad de voltear para cerciorarme que aquel extraño me seguía con la mayor discreción. Consciente de cada paso que daba, trate de hacerme perdidiza entre los estrechos callejones y así ganar el mayor tiempo posible. Aguardé pacientemente en la oscuridad a que el extraño cayera en la trampa. Al verlo ingresar al callejón, esbocé una sonrisa satisfactoria, como una acromántula a punto de atacar de a su presa; por lo que actué rápidamente para limitarme a desarmarlo con un “Experlliarmus” no verbal, y de esa forma, dejarlo expuesto. Su varita salió despedida por el aire y fue a dar a mi mano. Entre la confusión, me ubiqué justo detrás, al tiempo que desenfundaba la daga de mi tobillo, y con una maniobra conocida como la “llave”, lo estampé contra la pared del callejón para impedir que me viera a la cara. – ¡Quieto! No intentes nada o será peor para ti. – lo previne, tirando un poco de su cabeza hacia atrás para darle entender que esto no era ningún juego. – Escucha con mucha atención lo que te voy a decir… si haces cualquier movimiento en falso, te atravesare la garganta de un modo tan rápido que no tendrás tiempo de gritar. Más te vale que no intentes pasarte de listo, ¿te quedo claro? – advertí, quedamente sobre su oído, sin dejar de apuntarle al cuello con la daga que sostenía firmemente en mi mano. – Ahora dime… ¿Quién eres y que es lo que quieres? ¿Por qué me estas siguiendo? – inquirí, duramente, a la espera de obtener una respuesta. Si el tipo me seguía era por una razón… y no lo iba a soltar hasta que me dijera sus motivos.

Al no obtener una respuesta inmediata estuve a punto de hacerle un corte profundo en el cuello, pero antes de tener incluso la oportunidad de llevar a cabo la acción pensada, el sujeto se liberó de mi agarré al evaporarse en el aire. El desconcierto me hizo maldecir en voz alta, pues en menos de un pestañeo, sentí su presencia a mis espaldas, notando como a la vez me sujetaba firmemente del brazo y me hacia girar sobre mis talones para quedar frente a frente al chocar con su torso. La capa que cubría mi rostro cayo sobre mis hombros dejando al descubierto mi rostro, y lo mismo pasó con mi agresor. Su rostro estaba al descubierto... y en esos inquietantes instantes mi corazón latió fuertemente cuando descubrí su identidad. – No es posible… – susurré abrumada, al ver esos ojos. Estaba paralizada. Consternada. No podía ser posible. Esto… debía tratarse de una ilusión, un espejismo, una treta de mi mente. – Tú… no eres real… – traté de alejarme, pero él me tenía sujeta entre sus brazos. Cedric. Dios, ¿Cómo es posible? Su contacto era tan real. – Tu… estás muerto… – repuse perdida en su mirada. Aunque suene cruel… es la única forma de convencerme de que la calidez de su contacto solo es una cortina de humo.  
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