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Mensaje  ιzzy нale Jue Ene 30, 2014 12:32 am


Rose Cartwright
as: Rosemary Kathleen Cartwright Dallimore
16 años Miembro de la Casa de Hufflepuff
Club de Encantamientos Metamorfomaga Sangre Mestiza
[ Está con: Alphard Black ;; En Hogsmeade ]

– ¿Y bien, Iago? Espero que tengas una excelente razón para hacerme venir de tan lejos. – Fijé aceradamente la mirada en el hombre que tenía justo enfrente de mí, en cuyo rostro se reflejaba su propio temor y nerviosismo. A mí alrededor reinaba un estilo sobrio, poco iluminado, con hedor a alcohol, pero impregnado de júbilo. Un ambiente bastante común en las tabernas. El lugar era un nido de mala muerte, repleto bandidos de la peor clase. Una pocilga. – Si no mal recuerdo teníamos un trato. Así que si quieres que mantenga los términos tal y como lo estipulamos… espero por tu propio bien, que no me hagas perder el tiempo con tonterías. – Aun cuando mi voz denotaba cierto aburrimiento al hablar, esta no dejaba de sonar amenazante, pero serena, como si nuestro encuentro fuera simple rutina, nada importante. Odiaba que me hicieran perder el tiempo, y si aquel ladrón de pacotilla realmente apreciaba su miserable vida… más le valía cumplir con su parte. – Le aseguro por mi vida, señorita Lefebvre, que su viaje no fue en vano. Créame que no me atrevería a molestarla con banalidades. Por muchos años he estado al servicio de su familia, por favor, le pido que no desconfíe de mí. Usted más que nadie sabe lo mucho que respetaba a su señor padre, que en paz descanse. A quien serví fielmente hasta el día en que, lamentablemente, nos dejó para pasar a una mejor vida. Mi lealtad siempre estará con usted y con su señora madre. Soy un hombre de palabra, señorita Lefebvre, y para demostrarle lo eficiente que puedo ser, le tengo excelentes noticias. Las mejores. – Sus palabras llenas de adulación hicieron que amagara una muy sutil sonrisa burlona.

– Tan halagador como siempre, querido Iago. – correspondí a su adulación con falsa condescendencia. Gracias a la poca luz que emanaba de las velas encargadas de iluminar y brindar por lo menos un poco de nitidez al lugar pude observar detenidamente aquel rostro feúcho y surcado de arrugas. El sonrió ni mas ni menos. – Estoy consciente de los riesgos que corres. Si el Ministerio te llegara a interceptar… pasarías el resto de tus días en una celda. Pero así como yo estoy consciente de esto, espero que tú también estés… consciente de lo que te pasara si me fallas. – advertí con una mirada, haciendo a un lado la falsa condescendencia para hablarle claramente. Iago era un idiota, un idiota que servía por el momento. Su sonrisa desapareció, y al instante saco un pañuelo sucio del interior de su túnica para limpiarse nerviosamente el sudor de su frente. – ¿Tuviste problemas? – demandé una respuesta en base al encargo que le hice. –  Ninguno, señorita, en lo absoluto. – respondió él  nerviosamente, sacando del interior de su túnica una bolsita de color vino. Por el sonido de los cristales chocando unos con otros al poner la bolsita encima de la mesa, supuse que en el interior estaban los frascos con el veneno de acromántula y las hojas de tentácula venenosa. Mis labios nuevamente de la manera más sutil. – Buen trabajo, Iago. – examiné el contenido asegurándome que verdaderamente fuera el veneno de acromántula y no una falsificación, al igual que las hojas de tentácula. El veneno de acromántula era valioso, pero muy difícil de conseguir por lo mismo de que no muchos corren con la fortuna de vivir al ir en su búsqueda. Solo los contrabandistas y saqueadores de tumbas, como Iago, eran capaces de traficar con venenos en el mercado negro. – Espero que esto baste para cubrir y compensar la eficacia de tus servicios – repuse lanzándole una pesada bolsa con una fuerte suma de oro en el interior, la cual no dudo ni por un instante en atrapar para maravillarse con ojos codiciosos. – No tengo palabras para agradecer su valiosa generosidad, señorita Lefebvre. Esto es mucho más de lo que puedo pedir. – El hombre inclinó la cabeza agradecido y sonrió abiertamente, dejando a la vista unos dientes amarillentos. – Cualquier cosa que necesite, no dude en pedírmelo, sabe que estoy a su entera disposición. Oh, y por favor, hágale llegar mis saludos a su señora madre y a su hermana, la señorita Emma. – dijo levantándose torpemente al tiempo que yo hacia lo mismo con la clara intención de marcharme. – Así lo haré. Fue un placer hacer negocios contigo, Iago. – Le miré despectivamente. Y tras una breve pero educada inclinación, me dispuse a abandonar la taberna llamada “las ánimas”.

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