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Mensaje  ιzzy нale Sáb Dic 08, 2012 1:09 am

Lyra Cunningham
Lyra Camellia Cunningham
17 años ♦ Ravenclaw - 7mo año || Prefecta ♦ Sangre Mestiza
está con: Killian Armstrong, en su despacho.
Respiro profundamente mientras observo a mi alrededor, una débil mueca aparece en mis labios mientras el profesor continúa hablando sobre los efectos del hechizo que habíamos estado aprendiendo durante toda la clase de hoy; se supone que es un hechizo de nivel avanzado, que requiere de concentración para poder realizarlo y que estaba casi segura que iba a entrar en los EXTASIS de fin de año… me convine prestar atención, por más que el sueño esté a punto de vencerme.

Anoche no he podido del todo bien, por esa razón esta mañana desperté más tarde de lo usual ya que me quedé dormida. Entre una cosa y otra, llegué tarde a la primera clase que me tocaba: la de Defensa contra las Artes Oscuras, y como no podía ser de otra forma, el profesor Killian Armstrong (un hombre de veinte-tantos años que se cree el puto ombligo del mundo y que al parecer disfruta constantemente de humillarme en clases) terminó dándome una detención por impuntualidad.

Realmente es absurdo. Muy rara vez me ha pasado de quedarme dormida, de llegar tarde… pero claramente por alguna razón parece ser que el profesor Armstrong se empeña en buscar cualquier absurda excusa para castigarme, como esta mañana. “Quizás debí de haberme saltado la clase”, fue lo que pensé en ese momento. Pero ahora sospecho que haber hecho eso hubiese sido sin duda peor, “sí, peor que el haberme dado más de cinco pergaminos con un detalle exhaustivo sobre la clase que había estado dando hoy” cuando al resto simplemente le pidió la mitad.

Gruño para mis adentros y suspiro nuevamente. De no ser por él y por la gran cantidad de castigos que recibí el año pasado… pudiese haber sido Premio Anual… No me mal entiendan, me alegraba de que Daisy se hubiese quedado con el puesto: mejor ella que una arpía Slytherin. Pero de todas formas, no sé… como que me siento frustrada conmigo misma por no haber podido conseguir lo que estaba esperando desde hacía tanto tiempo.

La clase termina finalmente, sin que siquiera me haya dado cuenta de eso. Suelto un profundo suspiro, y cojo mis cosas metiéndolas en la mochila con cuidado, asegurándome que la tinta está bien cerrada para no manchar los cuadernillos. Tomo mi túnica, la cual había dejado sobre la silla, y me la coloco con cuidado dejando relucir mi insignia de prefecta junto mi insignia de Ravenclaw; me la acomodo un poco y suspiro profundamente.

Una vez que salgo del salón, lo cual me tomó como cinco minutos por estar sentada delante de todo me dirijo hacia el tercer piso. Me abro camino entre los estudiantes que salen apresurados para dirigirse al Gran Comedor - ¡Ey, sin correr! ¡La comida no va a evaporarse! - Le digo a unos chicos que pasan corriendo a mi lado. Suspiro profundamente y hago una débil mueca con mis labios. Sacudo varias veces con la cabeza y continúo mi camino hacia el despacho del profesor Armstrong.

Una vez que llego allí, me detengo en la puerta durante unos segundos y frunzo suavemente mi ceño antes de golpear la puerta suavemente. Apenas toco dos veces y la puerta se abre sin el menor esfuerzo; una mueca aparece en mis labios y la abro un poco más para pasar. El olor del salón de Defensa contra las Artes oscuras me recordaba a la lavanda, esa flor púrpura que mi madre suele regar todos los santos días en el jardín de la parte trasera de la casa. Sin poder evitarlo, estornudo; sí… evidentemente es el olor a la lavanda. Esta mañana me pasé toda la clase estornudando, y creo que es porque soy alérgica o algo por el estilo. Paso disimuladamente mi mano por la nariz, y me doy cuenta que el salón está vacío. “Genial”, pienso frustrada mientras me cruzo de brazos. Quizás esté en el despacho.

Me adelanto un poco hacia las escaleras que se hallan en el fondo del salón, y suspiro profundamente mientras hago esfuerzo por no volver a estornudad. Aunque no lo consigo, por lo que de nuevo se escucha un “achis” que retumba en el salón. - ¿Profesor Armstrong? – pregunto mientras alzo una ceja. “Me está haciendo perder el almuerzo” pienso haciendo una débil mueca con mis labios. .
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Mensaje  ιzzy нale Sáb Dic 08, 2012 4:04 am



Killian Armstrong
as: Killian Leonis Armstrong
● 25 años # Ex Miembro de la Casa de Slytherin # Profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras # Animago Ilegal # Nightcrawler » Sangre Pura
[ Está con Lyra Cunningham ;; En su despacho ]

“Aquí vamos…” repuso mi mente con esa nota de ironía palpable que, me hizo llevarme una mano a mi frente para masajearla con la yema de mis dedos, cuando detecte que arrugaba el ceño y me miraba con aire de ofendida, lo cual comprueba solo una cosa: Que Marlene McKinnon es una amargada que no sabe apreciar la comicidad de ningún comentario sin sentirse indignada u ofendida, ni tampoco valora el lado hilarante de la vida. “Bravo, Sirius… solo a ti se te ocurre reírte en cara de una maniática, compulsiva y obsesiva como McKinnon en un momento de crisis…” alabó mi mente, con escepticismo. – Por nada, Marlene… – dije con una expresión socarrona, al responder a su pregunta, como si no le estuviera dando la menor importancia, solamente para no ahondar en ella y evitar que terminemos discutiendo como de costumbre. Carajo, ¿Cómo puede vivir así? por que lo cierto es que si fuera yo, ya me habría lanzado de la torre de Astronomía en la primera oportunidad, si tuviera esa maldita manía de querer controlarlo todo, desquiciándome si las cosas no salen precisamente como lo has planeado. ¿Tanto le costaba no tomar las bromas o los comentarios tan apecho? me pregunté internamente, sin apartar la mirada del rostro de Marlene, mientras inhalaba y exhalaba profundamente, negando de manera imperceptible, antes de darme la media vuelta. Pero entonces sus palabras me hicieron reaccionar, de una forma inesperada ya que jamás había visto a Marlene en esta situación.

Todos, incluyéndome, estábamos al borde de la puta desesperación por estar atrapados en el compartimiento sin forma de salir y sin otra cosa más que escuchar los gritos de terror y desesperación de aquellos que se encuentran afuera, mientras ese maldito sentimiento de impotencia al no poder hacer nada te consume lentamente, llenándote de coraje, por que mientras tú estás bien, otros suplican por ayuda. – ¿Crees que no sé que lo que siente, Marlene? – espeté, sin detenerme a pensar en la dureza de mis palabras. ¿Cómo podía venirme ahora con algo así, cuando es ella la que en realidad no comprende, ni tiene idea de lo que estoy sintiendo? El que hablara de esa forma como si no tuviera idea de lo que se siente estar encerrado en este lugar sin poder hacer nada, mientras mis amigos y el idiota de mi hermano están allá afuera, yo estoy aquí… con ella… ¿se atreve a decirme que no sé como se siente? – ¡Claro...! por poco olvido que tú eres la única aquí que se siente con la capacidad de preocuparse por los que realmente le importan… ¿cómo pude ser tan estúpido? – dije con una nota de sarcasmo y a la vez tratando de controlarme para no dejarme llevar por el enfado que me habían provocado sus palabras. En este momento estaba haciendo un esfuerzo descomunal para no perder los estribos y decirle cosas que puedan herirla, por que aunque no lo parezca… sé que mañana me arrepentiré de haberlo hecho y lo que menos deseo… es lastimarla, por culpa de la situación que nos encontramos atravesando. Quizás yo ya no tenía familia, pero así como Evans, Dora, Ethan y su hermano, significan mucho para ella… James, Remus, Peter y Charlotte, son lo más cercano que tengo a una familia y por ellos soy capaz de poner mi propia vida en riesgo con tal de salvarlos y acudir en su ayuda sin importarme la gravedad de las consecuencias. “Trata de entenderla…” pidió la parte racional de mi mente… “Está angustiada y no sabe lo que dice…” me dijo una vez más esa voz dentro de mis pensamientos, esforzándose por serenarme. Lo cierto es que, no era yo, si no maldito temor el que estaba hablando por mí.

Me recargué contra la puerta que se encontraba bloqueada a mis espaldas, para observarla desde mi posición, echando ligeramente la cabeza atrás, con una expresión aparentemente relajada que no dejara entrever lo que interiormente me estaba consumiendo. El sarcasmo en sus palabras no me molestaba, si no al contrario, me lo estaba tomando con la mayor tranquilidad, a diferencia de ella. ¿Sinceramente? tenía mis dudas acerca de que a Marlene McKinnon le importe una mierda quebrantar las reglas del Ministerio de Magia. A menos... que se trate de una situación de emergencia, entonces ahí si creeré que McKinnon es capaz de ir en contra de su buen juicio y de su voluntad para pasarse por alto las normas y quebrantarlas por una vez en su vida. De otra forma jamás lo creería. La sola idea resulta tan bizarra que es imposible no jactarse de ello. – Creo que no me has entendido… – repuse mirando fijante sus ojos castaños, con toda la intención de aclarar el malentendido. Es cierto… de todos los que estábamos aquí, yo era la persona menos indicada para recordarle la dichosa autorización y toda esa sarta de estupideces impuestas por el Ministerio, pero esa no era la verdadera razón por la que se lo había dicho. – si es cierto que el Ministerio de Magia ha agachado la cabeza y se ha dejado doblegar. Significa que esos canallas no descansarán hasta ver alcanzado su objetivo… – elegí con cuidado lo que quería darle a entender, asegurándome de que ella fuera la única capaz de captar el significado oculto en mis palabras. Las palabras de ese miserable fueron claras… por lo tanto no iba a permitir que Marlene corriera un riesgo que pusiera en peligro su propia vida. Tomé una honda bocanada de aire, antes de acercarme a ella y tomarla suavemente del brazo, obligándola a mirarme directamente a los ojos, para dejarle en claro lo que estaba a punto de confesarle… de manera que nuestros rostros quedaron lo suficientemente cerca como para sentir su agitada respiración. – Escúchame bien, si algo pasa no me pidas que me quede en la retaguardia, por que no voy a permitir que te hagan daño… ¿me has entendido? – murmuré, sin apartar en ningún momento la mirada de esos ojos castaños que me miraban con una extraña mezcla sentimientos que no sabía como interpretar. “Primero tendrán que pasar sobre mi cadáver hasta de dejar que te lleven con ellos” sentencié dentro de mi mente. La convicción y la determinación inyectada en cada palabra me impedían apartar la mirada de su rostro, pero más que nada de sus ojos. Una sensación cálida que nunca antes había experimentado recorría cada parte de mi cuerpo como una descarga eléctrica que aceleró los latidos de mi corazón. ¿Qué diablos era esto? me pregunté con un dejo de desconcierto, cuando deslicé una mano para llevarla su pecho para tratar de calmar su respiración, seguido hasta su corazón y sentir bajo la palma de mi mano como latía frenéticamente. Hasta este momento… ninguno de los dos había hecho nada para alejarse y ponerle fin a este contacto… así que rompí el contacto de su mirada con la mía, tragando con cierta dificultad, para después apartarme y tratar de pensar que podíamos hacer al respecto.

Cuando dijo que no iba a permitir que hiciera la locura de emplear un bombarda para volar la puerta del compartimiento, no pude evitar sonreír de una manera extraña. – ¿Yo? Por nadie en particular… – aclaré, con ese aire de inocencia que ni yo mismo me creía y a su vez dejando en claro que no pondría objeción alguna a sus palabras. Reconozco que utilizar un bombarda no fue la idea más brillante que se me pudo haber ocurrido, aunque nada le costaba con dejarme intentarlo… pero pedirle algo así, ya era casi tan arriesgado como el pedirle que confiara en mi. “Era un plan demasiado arriesgado y lo sabes perfectamente” dictaminó mi mente, confirmando lo que había sentido hace unos momentos al hacerme ver que mi plan podría haberlos puesto en riesgo. – Lo sé… si no me lo hubieras impedido no serias Marlene McKinnon… – bromeé, con ligereza al tiempo que giraba los ojos como resignándome a la idea de que así era ella y era normal que actuara de esa manera. Después de todo, era Prefecta y tenía autoridad para hacer y deshacer lo que cree conveniente.

Al darme cuenta de cómo su mano se aferraba a la mía con fuerza… observé con discreción nuestras manos enlazadas por unos breves segundos, tratando de prolongarlo el mayor tiempo posible el contacto, para infundirle confianza y seguridad. Como pidiéndole que conservara la calma y se quedara conmigo para que juntos saliéramos de esto y una vez que todo esto pase volvamos a hacer los mismos de siempre, al menos en parte. Realmente no quería detenerme a examinar con detenimiento que era esta sensación, pero por alguna extraña razón, el tenerla cerca de mí lograba hacerme pensar con mejor claridad las cosas. Si trabajamos en equipo por una sola vez… confío en que lo lograremos. Pero para eso necesitaba que confiara en mí y por sobretodo se aferrara a la corazonada de que podemos hacerlo. En ese instante… las palabras de Marlene diciendo que no le importaba quebrantar todas las reglas del Ministerio de Magia para poder sacar a los niños, incluyéndome, me hizo sonreír por que en el fondo… eso era justo lo que deseaba escuchar de sus labios, aunque no lo reconociera. Sin embargo… hubo algo que llamó mi atención y que me hizo mirarle con una expresión ceñuda que ocultaba mi incredulidad cuando reconoció en mi cara que yo también era su responsabilidad. ¿Acaso he oído bien? ¿De verdad Marlene McKinnon me considera parte de su responsabilidad? Vaya… esto si que es nuevo… Negué suavemente, pensándolo bien. “Apenas se tranquilice, olvidará lo que ha dicho y mañana a esta hora no tendrá importancia” me convencí con la intención de olvidarlo. – Está bien, hagamos esto… – concreté, esbozando una pequeña sonrisa y volviendo el rostro hacia ella para mirarla fijamente a los ojos, tratando de no tomarme seriamente sus palabras. Sea cierto o no… creo que me tomaré la libertad de creer remotamente que en el fondo no le soy indiferente y que muy en el fondo se preocupa por mí. Me dije para así movilizarme y llevar a cabo un plan que, esta vez si podía funcionar, si trabajamos juntos. – Siempre hay una primera vez para todo y me parece que es tiempo de poner en práctica los conocimientos que hemos adquirido en estos años… – aseguré, con una sonrisa que hiciera mi mejor esfuerzo por convencerla y orillarla a tomar este riesgo entre los dos. – Además, ¿qué es la vida sin algo de riesgo? – repuse casualmente manteniendo a flote mi sonrisa, mientras sostenía su mano entre la mía. Vale… una cosa era poner mí vida en riesgo y otra era arriesgarlos a tomar esta decisión y lo cierto es que… mientras los dos estuviéramos en desacuerdo no podríamos llevarlo a cabo. – Tenemos que intentarlo, si no nunca lo sabremos, Marlene – le dije con sinceridad respondiendo a su pregunta con respecto a si creía que era seguro llevar a cabo una aparición conjunta. – Olvidemos todo… ¿de acuerdo? lo que vamos a hacer es lo siguiente: montaremos si es necesario uno o dos trasladores sin importar la estupidez impuesta por el Ministerio de Magia. Tú te iras con los chicos que necesitan ser atendidos y cuando hayas llegado a la estación con ellos lanzaras las chispas para confirmarme que llegaron a salvo y sin ningún problema. – hice una breve pausa, con la mirada clavada en esos ojos castaños. Respiré profundamente antes de continuar. – Seguido enviaré en el segundo traslador a la otra mitad y yo me quedaré hasta el final para aparecerme con los queden – determiné a la espera de que no pusiera objeciones al respecto y se convenciera de que la única solución que teníamos a la mano era juntar su idea y la mía en una sola. – Sé que no quieres ponerlos en peligro… – dije quedamente solo para que ella me escuchara, impidiendo que se soltara de mí, cuando noté que tenía la intención de alejarse, al no estar segura. – Pero mientras no lo intentemos no podemos saber si resultara o no… tienes que confiar en que todo saldrá bien y que ellos también lo estarán… – le pedí en silencio, llevando una mano hasta su mentón para obligarla a mirarme a los ojos una vez más. Al decir que “ellos estarán bien” no solo me refería a los niños, si no también a sus seres queridos.
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Mensaje  ιzzy нale Mar Ene 15, 2013 11:46 pm


Lyra Cunningham
Lyra Elizabeth Cunningham

17 años ♦ Ravenclaw - 7mo año || Prefecta ♦ Sangre Mestiza
está con Killian Armstrong, en Hogsmeade.
Respiré con profundidad mientras miraba el reloj que había sobre la mesada. Mamá estaba sentada, pálida como un papel, mientras yo sostenía a Jessie sobre mis rasgos; estaba nerviosa, por no decir alterada, y no había llamado a John en ningún momento para decirle lo que estaba pasando; Alaric también se había marchado hacía un rato con sus amigos a Hogsmeade al igual que Douglas, y solo quedábamos nosotras tres en la casa, preocupadas porque papá todavía llegado a casa y hacía horas que se había marchado. Jessie no entendía mucho, pero milagrosamente estaba quita, aunque tal vez fuese porque tenía un helado en sus manos y su boca demasiada ocupada como para decir algo.

Me mordí el labio, ligeramente preocupada y suspiré profundamente. - Mamá... es suficiente, deberíamos llamar a alguien y decirles lo que ha pasado. - le dije a mamá mirándola seriamente mientras ella levantaba la cabeza para verme. Me sentí un poco mal, lo último que quería era preocuparla, pero papá debería de haber regresado hace dos horas de la misión a la que fue y todavía no había rastros de él, ni siquiera mediante el Patronus. - Tal vez deberíamos llamar a John... - sugerí nuevamente mientras fruncía mi ceño, observando la cara de preocupación de mi madre. - Ey, papá está bien. Las malas noticias son las primeras en llegar.- no es que dijera que pensara que había malas noticias, pero… solo para tranquilizarla un poco. – Okey, voy a ir a acostar a Jess. – dije al ver que no me respondía.

Hice que Jess se parara, dejé recipiente de helado sobre la mesa y la alcé en mis brazos para llevarla a su habitación. La limpié rápidamente, y la ayudé a ponerse el pijama de osos de peluches; luego deshice su cama y la metí dentro con cuidado mientras la arropaba. - ¿Papá está bien, Lyra? – me preguntó en un susurro. Sonaba tan preocupada como mamá.- Sé que no quieren decirme nada porque soy chiquita, pero… - no pudo terminar de decir la frase porque en sus ojos ya había pequeñas lagrimitas cayendo y recorriendo sus mejillas. – Papá está bien peque, ya sabes como es mamá que siempre se preocupa por todo… solo que está algo retrasado. – le dije con una sonrisa, aunque no podía ocultar mi preocupación; no obstante ella pareció no darse cuenta. Saqué la varita y transformé una lámpara en un vaso de cristal, al que luego llené con agua mediante el aguamenti; sin que ella se diese cuenta, metí en el contenido un poco de poción para dormir y luego se lo pasé. – Bebe un poco de agua así no se te seca la garganta mientras duermes. – le dije con una sonrisa de costado. Ella obedeció, y después de pasarme el vaso se quedó totalmente dormida; volví a transformar el vaso en la lámpara y le dejé la luz prendida como siempre.

Luego, salí de la habitación y fui a donde mamá seguía en el comedor. – Jess ya se durmió, le di una poción para dormir así no se preocupa por papá. ¿Necesitas algo, mamá? – le pregunté preocupada por su rostro. Ella me miró y negó con la cabeza. – Estoy bien, cielo, gracias. Quizás deberías ir a encontrarte con tus amigas a Hogsmeade. – me dijo con una ligera sonrisa de costado, aunque muchas ganas de sonreír no tenía por lo que apreciaba; antes de que pudiese decir algo, mamá volvió a hablar. – Si llego a saber algo de tu padre, te lo haré saber inmediatamente, te lo prometo. Ahora ve porque si no vas a pasar a tener 30 años de más siendo tan joven. – me dijo ella medio bromeando. Me lo pensé unos segundos, y luego comprendí que tal vez mamá quería estar sola. Así que suspiré, dándome por vencida, y asentí con la cabeza. – Vale, cualquier novedad de papá me avisas y vendré de inmediato a casa. – le dije con voz segura mientras acomodaba mi cabello hacia un costado.

Ni siquiera estaba segura de que quisiera salir realmente esta noche, más que nada, porque dejar sola a mamá tan preocupada en casa era algo que me angustiaba; pero tampoco quería ponerla en aprietos, ni que se sintiera incómoda o algo por el estilo, así que por esa razón fue que decidí aceptar su propuesta de ir al pueblo. Tal vez, unas cuantas cervezas de mantequilla iba a hacer que todo fuese más ligero. Lo primero que pensé fue que tal vez debería buscar a Alaric para contarle lo que estaba sucediendo, no obstante, luego pensé que tal vez debía de estar muy preocupado con sus amigos, así que negué con la cabeza y supuse que lo mejor era que por ahora lidiase con esto sola, y con mamá, claro.

Me desaparecí del comedor después de haber invocado mediante un accio mi bolsa en la que contenía el dinero y cosas de utilidad varia, y después aparecí detrás de Las Tres Escobas. La noche estaba preciosa: despejada, sin que hubiese amenazas de lluvia; había una ligera briza, pero no la suficiente como para ocasionarme frío. La música retumbaba sobre mis oídos, y escuchar algo más era incluso imposible; pero a pesar del aturdimiento comencé a caminar hacia la parte delantera. Me abrí camino entre la gente y cuando finalmente pude llegar al bar me sentí aliviada. Tal vez distraerme de todo esto no era tan mala idea después de todo, tal vez, mi madre, como siempre tuviese razón. Pero de todas formas, me sentía un poco mal por venir hasta Las Tres Escobas y haberla dejado sola.

Fue entonces, cuando entre tantos pensamientos yendo y viniendo en mi mente, me choqué con una persona corpulenta. Me tambaleé un poco, casi perdiendo el equilibrio, pero conseguí estabilizarme. Estar rodeada de tanta gente siempre había sido algo que me había hecho sentir como si fuese la persona más pequeña de mundo, y me consideraba como una persona individualista que prefería hacer los trabajos por sus propios medios que de forma grupal. – Lo lamento mucho. – grité con la esperanza de que pudiese escucharme. Levanté la cabeza, y palidecí cuando me percaté de la presencia del sujeto con el que me había chocado. – Profesor Armstrong. – su nombre se me quedó estancado en la garganta. Al ver sus impresionantes ojos grises, me sentí un poco intimidada. Nadie jamás iba a intimidarme tanto como este hombre podía hacerlo. – Disculpe, la verdad que con tanta gente lo milagroso sería no chocar con los demás. – intentaba sonar respetuosa, porque no olvidaba que él fuese mi profesor; por más que no fuese precisamente mi favorito. – Si me disculpa… - dije haciendo un gesto con la mano para que me dejase pasar, pero él parecía no moverse de allí.
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